Los viajes de curro (Vol. 2) - La ida

Para no romper con las tradiciones, vamos a empezar el relato de mi viaje a tierras germanas por el principio.
Lo primero fue un desembolso de 38 euros en el taxi que me llevó a Barajas, ese número incluye el viaje, el suplemento por maleta y los 5 euros extra por ir al aeropuerto en lugar de a cualquier otro sitio. Puede parecer un robo, pero en realidad lo es.
Una vez en el aeropuerto, el primer susto. Me pongo en la cola del mostrador de Lufthansa para sacar mi billetito correspondiente y de repente sin mediar palabra una Auxiliar de tierra (niños, no digais azafata, que por lo visto es políticamente incorrecto) se me acerca y me dice con un perfecto acento alemán: "¿Español?" a lo que yo asentí no sin antes acongojarme sobremanera. Resultó venir en son de paz a mostrarme los beneficios del "Auto check-in", pero el mensaje que a mí me llegó fue "Se te nota que estás perdidito".

Ya con mis tarjetas de embarque en la boca (porque llevaba ambas manos ocupadas) me encaminé al control de seguridad. Y allí estaba tooodo el mundo con sus recipientes con liquidos en la bolsita de rigor. Y los mios en la maleta, por supuesto. En ese momento fui presa de lo que podríamos llamar una preocupación a largo plazo. Y es que estaba seguro que iba a pasar sin problemas el control como así fue (me cachearon, pero eso es por prejuicios a los melenudos), pero a la vez sabía que en un aeropuerto alemán estaría ya en las dependencias de la Polizei. Así que tomé nota mental: "Consigue una bolsa"

Y de ahí al avión. Siguiendo el consejo de El Miguelo, me ubiqué en el lado derecho junto a la ventana, y desde ahí conseguí fotos espectaculares de los alpes suizos, y el Mont-blanc (el de las estilográficas). Y andábame anonadado mirando por la ventana como un quinceañero a la vecina cuando aparecieron las Auxiliares -esta vez- de vuelo con el menú de a bordo. Consistente en Gnocchis (ñoquis) rellenos de queso con salsa de tomate, un panecillo, mantequilla y una botella de agua. ¡Ah! olvidaba una tableta de chocolate de postre, y luego en una segunda pasada, té, zumo, o café. Todo muy bueno (salvo el café). Adjunto foto.

Aterrizaje en Munich, 5 minutos de autobus del avión a la terminal, 15 minutos corriendo por la terminal a la puerta del otro vuelo, y otros 5 minutos para devolverme a la pista a escasos 20 metros del avión inicial, donde esperaba el micro jet que nos llevaría a Nuremberg. Literalmente, el autobus (que era de los articulados) era más grande que el avión.
Despegamos y a los pocos segundos, las azafatas (¡uy, se me ha escapado!) hicieron cierto lo que ponía en el billete: "Refresco a bordo" Y ataviadas una con una pila de vasos y la otra con una botella de litro y medio, ofrecieron a todo el que quiso un vaso de agua. No es gran cosa, pero es más de lo que hacen las aerolineas españolas.

Y casi tragando el último sorbo, tomamos tierra en Nuremberg. Maleta y abrigo en mano (porque había 20 gradazos) a la puerta a coger el taxi que me llevaría al hotel. El taxi era por supuesto un Mercedes, y cuando tuve la curiosidad de mirar el taxímetro no fui capaz de encontrarlo hasta unos minutos después. Y es que en muchos taxis de allí, el precio se proyecta con un lasercito sobre el retrovisor. Tecnología alemana :)
17 euros después (No quiero volver a oir a los taxistas decir que quieren igualar los precios con Europa...) llegué a la que fue mi morada esos dos días. Pero eso os lo dejo para otro post. Porque vaya chapa os he soltado...

1 comentamientos:

Anónimo dijo...

Alaaa... taxistas, azafatas... ¡¡¡una jungla de transportistas!!! O_O

¡¡Necesito más artículos!! ;)