Pocas luces de Septiembre

Con esto del viaje a Japón (ya casi inminente) aparqué el tema de la lectura en el tren para centrarme en el estudio turístico previo de lo que iba a ver. Tras no se cuantas semanas empollandome la guía, la he dejado de lado para evitar la niponsaturación y retomar el libro que dejé colgado. Esta vez se trata de "Las luces de Septiembre" de Carlos Ruiz Zafón.

En la Normandía de los años 30, una familia se traslada a un pueblecito, en la que la madre -que cuida sola de sus dos hijos adolescentes- trabajará como ama de llaves en la mansión de un excéntrico juguetero. Mientras, la hija mayor, conocerá a un joven pescador local, que le mostrará lo hermoso de la bahía que rodea el pueblo y otros placeres. La tranquilidad que se respira en el pueblo se ve truncada una noche, en la que un asesinato en los bosques que rodean la mansión, hace que sucesos inexplicados del pasado vuelvan a la superficie.


Se supone que este es el tercer libro de los tres que escribió Ruiz Zafón en su adolescencia, junto a "El príncipe de la niebla" y "El palacio de la medianoche". Y el juicio es parecido. El autor vuelve a revisitar sus temas favoritos, las estancias arquitectónicamente temibles, las historias de ahogados y por supuesto, las estatuas que dan mal rollo. Además, tras este libro llegó "Marina" en el que vuelve a repetir los mismos elementos, aunque esta vez con mucho más arte.

Sin embargo, en "Las luces de Septiembre" lo único que se encuentran son tópicos de la literatura del género, autoplagios a su obra anterior, situaciones de desenlace previsible y salvaciones in extremis que no resultan creíbles. Sé que el propio autor pide disculpas en el prólogo por la poca calidad del volumen, así que no hay nada de lo que quejarse, pero esperaba al menos la talla de los dos tomos precedentes y no es así. Si queréis una historia similar pero más madura, leed "Marina" del mismo autor. No os defraudará (o al menos no tanto)

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