Cuenta la leyenda que un demonio se fue a vivir al interior de la entrepierna de una jovencita, y que las dos veces que ésta se casó, el demonio en cuestión arrancó a mordiscos los miembros viriles de sendos maridos durante la noche de bodas. La joven, incómoda con la situación, decidió ponerle fin con ayuda del herrero, a quien le pidió que le forjase un pene de acero para romperle los dientes al pequeño diablo.
Como consecuencia de esta leyenda, las prostitutas de la zona empezaron a acudir al templo en el que se custodiaba este pene de acero, confiando en que les proporcionaría protección ante las enfermedades venéreas. Con el paso del tiempo, el templo acabó sacralizando al pene como figura reproductiva en general, y los japoneses contraían matrimonio en él confiando en que la bendición del pene gigante les daría fertilidad y partos fáciles.
¡Niña, que por ahí no eres fértil!
Hoy en día el Kanamara Matsuri es una fiesta en la que se congregan casi más extranjeros que nativos, en la que el pudor queda a un lado, y la fe en las bondades de los falos gigantes quedan disimuladas por las bromas infantiloides de pililas.
Durante mi viaje del año pasado tuve la suerte de coincidir en fechas con tamaña celebración, y ahora al cumplirse un año de aquel primer domingo de Abril, rescato del olvido estas fotos, y unas pocas más que podéis encontrar en el álbum de Flickr.
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