Turismo Gastroencefálico

Me mola a mí esto de los trenes rápidos. Cuando hicieron el de Toledo pensé que no merecía la pena tanta obra para unir en 30 minutos una ciudad a la que normalmente se llega en 40. Pensé que el AVE era para trayectos como Sevilla, Barcelona o Galicia. Que en coche tardas todo lo tardable y en tren llegas en la mitad y descansadito. No contaba con el factor montañas.

El sábado fuí -la mar de bien acompañado- a Segovia en un Avant. El Avant es el AVE, pero lento. En lugar de cubrir el trayecto en 30 minutos lo hace en 34, pero te compensa costando la mitad. Y si bien la Puerta de Alcalá está a solo 87 Kilómetros del Acueducto, lo de cruzar la sierra por debajo en lugar de rodeándola sí que hace que valga mucho la pena.


Una vez allí qué. Pues ná más que comer como un animal. Como llegamos a la hora del segundo desayuno, nos metimos en la primera chocolatería que encontramos y descubrimos el concepto de los purros. Mitad porra mitad churro. (la otra posibilidad es llamarle Chorras, pero va a ser que no) Para quemar tal exceso, nada como cruzar la ciudad, una subidita al Alcazar, y cruzarla de vuelta rapidito. No vaya a ser que no lleguemos al... ¡Cochinillo!

Y es que una visita a Segovia sin comer cochinillo ¡es como un jardín sin flores! (Sin flores, pero con 40€ más en el bolsillo) Da pena el pobre cerdito, la verdad, pero la carnecita tierna, la piel crujientita... Al final no tuvimos piedad ni del cochinillo, ni del ponche segoviano, ni de las croquetas de entrante (una croqueta de esas tenía más jamón que una bolsa entera de las Findus) y nos pusimos hasta arriba.
Luego no quedaba más que dar una vuelta por la Fuencisla para bajar un poco la gordada, y vuelta a casa.

De las 8 horas que pasamos en Segovia, tres fueron sentados a una mesa, y dos caminando con sensación de hinchazón. Menos mal que hice fotos para atestiguar que no fuimos solo a comer.
O sí...